Las tierras restituidas de Galicia

Rafa G. Escalona
7 min readMar 12, 2018

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El campesino Marino Rivera Ríos, en un acto de la Unidad de Restitución de Tierras, en el corregimiento de Galicia, Valle del Cauca, octubre de 2017.

Primero fueron las fuerzas del Estado, luego la gente del pueblo fue envalentonándose, lo cierto es que un día los habitantes del municipio Bugalagrande empezaron a ver que algo parecido a la normalidad retornaba a las lomas de La Morena, en el corregimiento de Galicia. Por años, los vecinos de la zona habían vivido bajo el imperio del Bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), quienes se asentaron en este punto estratégico de la región para el control de las rutas del narcotráfico.

Las noticias no tardaron en llegar a Cali, donde vivía la familia Espinal desde que las AUC se apoderaran de sus haciendas. En el 2008, tras la disolución de las autodefensas y pensando en recobrar su sustento económico, los Espinal intentaron regresar a sus predios, pero lo que encontraron a su retorno fueron puras huellas de la violencia. Violencia a los pobladores, que si tuvieron suerte vivieron atemorizados o huyeron, y si no terminaron troceados en una fosa común. Violencia a los sembrados, abandonados a la desidia y pisoteados. Violencia a la casa de la hacienda El Porvenir, cuyas paredes, suelos y techos hundieron.

En el 2013, intrigada por el movimiento en la zona, María Pilar Espinal, hija de María Dora Gómez de Espinal, entró en contacto con la la Unidad de Restitución de Tierras (URT). Luego de demostrar la titularidad sobre las tierras, el papeleo de rigor y obtener una sentencia favorable, los Espinal comenzaron a la reconstrucción de sus dominios. Como otras 211 familias fueron beneficiados con planes productivos, lo que les ha permitido dedicar las 17 hectáreas restituidas al cultivo de café y plátano, y a la cría de vacas para la carne y el ordeño.

María del Pilar –cercana a los cincuenta años, cabello rubio, ojos muy expresivos– es una mujer con una misión. Con estilo evangélico María del Pilar declama “¡ya está bien hablar de muertos, no todo puede ser muertos! ¡Hablemos de las cosas buenas, de la paz, de la esperanza!”. Es ese espíritu que la llevó, apenas regresó a la hacienda, a colgar máximas por todos lados en la hacienda, palabras y frases que te asaltan en cualquier rincón: “Restituir”, “Esperanza hay para tu porvenir”, “Paz”, “En las batallas es mejor tener paz que la razón”, “Perdón”.

Hacienda El Porvenir, en el corregimiento de Galicia, Valle del Cauca, octubre de 2017.

Confiesa que volver no fue fácil, que necesitaron tratamiento psicológico, “pero entendimos que el perdón no es olvidar, no es negar lo que pasó, sino una determinación de creer en la paz”, dice. Por eso nada parece interesarle más que la posibilidad de mostrar un nuevo rostro para la región. “Con la restitución llegó el desarrollo a esta región. Con este programa del gobierno Galicia pasó de ser rojo de guerra, a verde de esperanza, azul de sueños, amarillo de vida. Hoy estamos dando todo lo posible porque este país sea distinto”.

Cuenta que sus parientes le preguntaban sobre cuándo podrían volver a visitar la finca. Fue cuando se le ocurrió una manera de, no solo generar más ingresos, sino educar. “Por eso empezamos unos talleres sobre la paz, en los que las personas que asisten conocen sobre la restitución, el retorno al campo y la sanación de las heridas generadas por el conflicto. Nuestro próximo gran objetivo es crear un espacio de ecoturismo, para que las personas puedan apreciar un paisaje como este, tan hermoso”.

Hacienda El Porvenir, en el corregimiento de Galicia, Valle del Cauca, octubre de 2017.

Encantada con el tropel de periodistas, María Dora Gómez de Espinal, la dueña de la hacienda El Porvenir y madre de María Pilar, cuenta a quien quiera escucharla “No creía posible la vuelta. Cuando finalmente vinieron mis nietos desde Estados Unidos, cuando vi cómo empezaban a crecer los sembrados, solo entonces lo empecé a creer”, dice con la vista clavada en la hilera de cultivos que se pierden en la ladera.

Aunque no hay números exactos de cuántos muertos acogen las colinas de Galicia, las fosas encontradas por doquier hacen sospechar que queda mucha verdad por desenterrar en estas tierras. Según datos de la Consejería de Paz del Departamento, entre los años 1999 y 2004 las AUC cometieron 60 masacres en el Valle del Cauca. Una de las tantas fosas está al pie de la Iglesia Pentecostal de la Morena, en la cima de una de las montañas más altas del corregimiento. Una iglesia que parece haber nacido para servir de escenario de la violencia y la incomprensión humana. Fue testigo de las crueles arremetidas contra los protestantes en Colombia en la primera mitad del siglo XX, y fue testigo de los asesinatos que protagonizaron los grupos guerrilleros y narcoparamilitares décadas después.

Iglesia Pentecostal de la Morena, en el corregimiento de Galicia, Valle del Cauca, octubre de 2017.

A escasos metros de esa iglesia –que fue cuartel de la policía, y estación de comunicaciones de la comunidad, y picadero de los paramilitares– Francisco Ospina y su esposa Blanca Nelly Cadavid construyen la que será su casa. A diferencia de los Espinal, Francisco y Blanca Nelly no contaban con grandes extensiones de tierra antes de la llegada de las AUC. Lo suyo era La Cristalina, 3 hectáreas que les permitían sobrevivir y dar de comer a sus cuatro hijos. Pero con la llegada de los paramilitares su predio fue víctima de los abusos. Francisco, entonces presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda La Morena, se negaba a colaborarles. Cansado de estar en el medio los enfrentamientos armados entre paramilitares y guerrilleros, de sentir el plomo de las balas volar por sobre sus cabezas, y con una amenaza de muerte sobre él, decidió llevar su gente y sus pocas cosas a Cali.

De allá volvió dos años más tarde, presionado por las autodefensas que prometieron arrebatarles su propiedad si no regresaban. Propiedad que a su vuelta no era más que un rastrojo de cultivos, los fantasmas de sus animales y una casa que no existía. Allí, con esa sorda paciencia que parece el sino del campesino vallecaucano, empezaron Francisco, Nelly y sus hijos. Todo era terrible, pero soportable, hasta un día de 2005 en que le mataron a su John Freddy, uno de los hijos, con el pretexto de que colaboraba con la guerrilla.

Con ese dolor a cuestas, la pareja debió atravesar aquellos años. Hoy, beneficiarios del plan de la URT, pueden mirar adelante, tal vez la manera más segura de conservar la cordura. “Ya es distinto, ya podemos desandar la vereda sin susto. Aquí tenemos tres buses que se mueven día y noche. Si no fuera por la Unidad de Restitución de Tierras, estaríamos por ahí, trabajando para alguien más”.

La casa que construyen Francisco Ospina y su esposa Blanca Nelly Cadavid en el corregimiento de Galicia, Valle del Cauca, octubre de 2017.

En la actualidad, se dedican esencialmente a producir café. “Esa es mi pasión, el mejor cultivo pa’l campesino pobre; ahora estamos en la traviesa”, explica, refiriéndose la cosecha menor del año. Recientemente comenzó a incursionar en la cría de cerdos, por el momento solo cuenta con seis puercas que responden a los familiares nombres de Sofía, Gloria, Nelly, Ruby, Suleima y Blanca. Los excrementos de estos animales le permitirán alimentar un pequeño generador de biogás. “Aún no hacemos la instalación porque la casa no está terminada, pero cuando lo esté, tendremos energía suficiente”, asegura Francisco.

Corregimiento de Galicia, Valle del Cauca, octubre de 2017.

Si bien los números de la acción de la Unidad de Restitución de Tierras en el Valle del Cauca no son suficientemente alentadores (aunque existe intervención individual o colectiva en todo el territorio, y el 74% de las 3852 mil solicitudes presentadas está siendo procesado, apenas 8000 hectáreas de tierra, 80 kilómetros cuadrados, han vuelto a las manos de sus dueños originales), vale destacar que ninguno de los propietarios ha vuelto a ser desplazado. La reciente masacre acaecida en Tumaco nos recuerda que la paz es un sendero muy largo y lleno de desvíos mortales, pero hay algo esperanzador en el hecho de que un grupo de campesinos colombianos empieza a sentir que hay una salida al conflicto.

Si bien los beneficiarios del programa de restitución de tierras han recibido un apoyo inestimable en Galicia, queda mucho por hacer, como reconocen las propias autoridades de la URT. Para la región es un reto la falta de carreteras y de redes comerciales justas que beneficien a los productores. En ese sentido la entidad busca generar alianzas con agencias de cooperación internacional y organizaciones como la Asociación Nacional de Cafeteros.

El campesino del interior, a diferencia del costeño, suele rumiar sus penas de manera agónica. Queda demasiado camino por recorrer para saber si el trabajo de la Unidad de Restitución de Tierras es apenas un espejismo en el largo libro del conflicto colombiano. Pero queda el pequeño ejemplo de hombres y mujeres como Maria Pilar Espinal, Francisco Ospina y Blanca Nelly Cadavid, en los que ha podido más el amor por volver a la tierra que el dolor del desarraigo.

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